martes

Premio Cervantes 2013


LA MÁXIMA DISTINCIÓN DE LA LITERATURA EN ESPAÑOL

Elena Poniatowska, premio Cervantes

A sus 81 años, la autora de 'La noche de Tlatelolco' es la cuarta mujer en recibir el máximo galardón de las letras en español


Verónica Calderón, en El País, el 19 de noviembre de 2013

El barrio de Chimalistac, al sur de la Ciudad de México, es un oasis de silencio en una frenética y muy ruidosa metrópolis de acero. Al final de un camino empedrado, a un lado de una pequeña capilla colonial, está la casa de Elena Poniatowska (París, 1932), una mujer menuda, rubia, de nariz pequeña, sonrisa fácil, hija de un príncipe polaco pero "más mexicana que el mole”.

Elena Poniatowska ganó este martes el Premio Cervantes, el quinto para un mexicano y el primero para una mexicana. Es la cuarta escritora galardonada en 37 años. Antes lo habían ganado las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010) y la cubana Dulce María Loynaz (1992).

Ensayista y escritora, comenzó a trabajar en el periódico Excélsior en 1954. "A mí lo que me gusta es contar cosas", recordaba hace unas semanas. Se convirtió en una entrevistadora curiosa y certera. Entrevistó a Diego Rivera, a Rulfo, a Paz. Recuerda con especial cariño a Luis Buñuel. “Era muy amable, me llamaba la niña de la leña porque cuando iba a su casa compraba unos troncos porque en su salón hacía mucho frío”. Una generación de periodistas mexicanas creció inspirada por Elena Poniatowska. Por la mujer y la periodista.

Su libro más célebre, La noche de Tlatelolco, es un crudo testimonio de la represión contra estudiantes el 2 de octubre de 1968, una fecha grabada con sangre en la historia mexicana. “Debería conmemorarse oficialmente, una fecha de luto nacional”, repite.

 Las protestas estudiantiles habían durado semanas. La tensión había ido creciendo. El 30 de julio de ese año, el Ejército había volado de un tiro de bazuka la centenaria puerta de madera del Colegio de San Ildefonso porque dentro había estudiantes. El presidente Gustavo Díaz Ordaz (del Partido Revolucionario Institucional, PRI, que ostentó el poder absoluto en México por buena parte del siglo XX) declaró: “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados”. A 10 días de los Juegos Olímpicos de 1968, la tarde del 2 de octubre, una bengala cruzó el cielo durante un mitin estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Era la señal. Un grupo paramilitar, el Batallón Olimpia, se mezcló entre los jóvenes y comenzó la represión. Francotiradores apostados en los techos de los edificios aledaños abrieron fuego. Hubo decenas, cientos de muertos. Nadie lo sabe con exactitud.

Poniatowska recuerda que, cuando se enteró de la represión, decidió salir a la calle. Hacía solo unas semanas de que había parido. “Tenía que verlo con mis ojos”. Halló un panorama desolador. “Sangre seca, soldados en la calle, zapatos regados en toda la plaza”. Ahí nació La noche de Tlatelolco. El recuerdo aún la emociona. Años más tarde, el exlíder estudiantil Luis González de Alba, entrevistado pata la obra, le exigió cambiar algunos párrafos por considerar que sus palabras habían sido tergiversadas. En la polémica otros veteranos de la época salieron en defensa de Poniatowska, pero tras un pleito legal, un juez falló que los cambios se efectuaran y así lo hizo la autora.

Testigo de primera fila de la historia mexicana reciente, el momento que más le ha conmovido fue la movilización ciudadana tras el terremoto de 1985, “uno de los pocos instantes en que México fue capaz de mirarse a sí mismo y, sobre todo, de sobreponerse a la tragedia”. De los escombros salió un sentimiento ciudadano inédito, solidario y que puso en pie a la capital del país, diezmada por un seísmo que se cobró miles de muertos. De la experiencia ella escribió Nada, nadie: las voces del temblor. Pero opina que el mejor libro lo escribió su amigo Carlos Monsiváis. “Un libro fantástico, No sin nosotros”. Lo dice y suspira. “A él lo extraño mucho, mucho”. Monsiváis murió en junio de 2010.

Es una mujer comprometida con lo que cree. Se indigna. Por un país donde el 50% vive en la pobreza. Donde se cometen injusticias contra las mujeres un día sí y otro también. Donde el neoliberalismo ha devorado a las pequeñas ciudades y al campo. “En México ya no nos tomamos el tiempo de vivir, de platicar”. Y guarda un deseo. “Me gustaría ver a un presidente mexicano de izquierdas”.

A la par que su carrera literaria, está su activismo político. Primero con Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, durante la mayor movilización opositora que se atrevió a desafiar al entonces todopoderoso PRI. Y más tarde con Andrés Manuel López Obrador, dos veces candidato presidencial en 2006 y 2012. Sobre el sofá de su casa guarda un cojín con la imagen del también exalcalde de la Ciudad de México bordada en punto de cruz. Hace apenas dos semanas que lo acompañó en un mitin contra la reforma energética propuesta por el presidente Enrique Peña Nieto.

No le gusta que le llamen Elenita. Cree que “infantiliza”. ¿Es machista? “Quizá un poco”. Relata que a Frida Kahlo, la mítica pintora mexicana, le llamaban “la coja”: “Ahora todos hablan maravillas, pero entonces se referían a ella así. El machismo tiene mucha crueldad”.

Justo una de las mujeres de Diego Rivera protagoniza un libro suyo pequeñito pero entrañable: Querido Diego, te abraza Quiela. La obra, escrita a manera epistolar, relata la desgraciada historia de amor entre la pintora Angelina Beloff y el muralista mexicano, que fueron pareja cuando él vivió en París. Cuando Beloff viaja a México para encontrarse con su amado, se topa con que éste tiene una nueva mujer: Lupe Marín, la que sería la madre de sus dos hijas más pequeñas.

Las mujeres —las creativas, las valientes, las que van contra corriente— son una constante en su obra. Es una meticulosa retratista del feminismo femenino. En apariencia delicado, pero con firmeza militar. Como el de la pintora Leonora Carrington (Leonora), o el de la fotógrafa Tina Modotti (Tinísima). O el de una mujer que de tan bella acaba explicando al juez por qué tiene cinco maridos (De noche vienes, Esmeralda), o el de una valiente soldadera —las mujeres que iban al frente durante la Revolución Mexicana— que termina trabajando como lavandera en la capital del país (Hasta no verte, Jesús mío).

A las —muy frecuentes— tertulias en su casa asisten también un perro negro y dos gatos que no dudan en sentarse en el regazo del invitado: Monsi y Váis, en honor de su fallecido amigo. Pasa tardes charlando, tomando té, rodeada de libros. Es difícil mantener su curiosidad a raya. En cualquier descuido el entrevistador acaba entrevistado. ¿Sabe que ha sido una inspiración para una generación de mujeres mexicanas periodistas? “No, fíjate. Qué bueno. Que haya más mujeres que quieran contar cosas. Nos falta muchísimo por contar”.

 

miércoles

50 años sin Luis Cernuda

Luis Cernuda: el futuro es hoy


Luis García Montero, El País, 4 de noviembre de 2013

 
Incómodo en su tiempo, sintiéndose poco comprendido en su ética y su obra, Luis Cernuda necesitó apoyarse en los poetas y los lectores del porvenir. La confesión de esta necesidad sostiene una de sus composiciones decisivas, A un poeta futuro, escrita en Glasgow en 1941 y recogida en el libro Como quien espera el alba (1947). Lo importante del poema no reside en las quejas, el lamento sobre su falta de encaje en una realidad hostil: “Disgusto a unos por frío y a otros por raro”. Una sociedad represiva y homófoba, un carácter muy difícil y las rencillas generacionales ayudan a situar la protesta continua de Cernuda, en la que se mezclan con frecuencia su marcado anticapitalismo, su fragilidad sentimental y una extrema susceptibilidad literaria.

Pero lo importante del poema apunta en otra dirección: el proceso creativo que define su poética, sobre todo a partir del exilio en la cultura anglosajona. Cernuda había escrito en su Himno a la tristeza que “viven y mueren a solas los poetas”. De manera que ese poeta futuro para el que escribe en 1941 es también y ante todo su lector, la persona que puede entender y darle vida a sus propios versos. En la creación aparece reconocida la figura del lector como algo más que una ensoñación. No una estrategia barata y vanidosa para imaginar en el futuro la gloria que niegan los contemporáneos, sino una presencia real a la hora de la composición. El poeta piensa en su lector ideal, esbozo de su propia conciencia, para darle objetividad a sus sentimientos. Cernuda confiesa que busca la sombra de su alma “para aprender en ella a ordenar mi pasión / según nueva medida”. Y borra en parte su propia identidad para hallarla luego, “conforme a mi deseo, en tu memoria”. El hecho poético necesita, pues, tanto del lector como del autor para realizarse. Hace falta borrarse un poco para hacer habitable un espacio común.

Estas consideraciones, muy raras en la poesía española de su tiempo, tienen consecuencias de peso en la obra de Cernuda y en la evolución de nuestra lírica. Resumo los aspectos más significativos de este terremoto. Primero: la poesía no es un ejercicio expresivo de la interioridad de un autor, sometido solo a su propia sinceridad inmaculada. Segundo: el poema es un espacio público, objetivo y su dimensión depende de que sea habitado y vivido por el lector. Tercero: más que expresar lo que se siente, trabajar un poema significa crear los efectos necesarios en el texto para que el lector haga suya la experiencia. Cuarto: más que espectáculos de ingenio y retórica, se vuelve fundamental en el taller la capacidad de imaginar el lenguaje y la estructura que permiten la presencia viva del lector. Estos son los principios de la elaboración, los esfuerzos para acoplar formas y contenidos. Esta unidad lírica imprescindible no surge de una verdad expresiva espontánea, sino de una escritura calculada y convertida en ética, en imaginación moral.

La obra de Luis Cernuda, recogida bajo el título de La realidad y el deseo, es amplia y atravesó de manera personal los ciclos de su tiempo a través de la poesía pura, el surrealismo, la invocación neorromántica y la apuesta por un realismo más seco, según la calificación acertada de Jaime Gil de Biedma. Es lógico que la presencia de Luis Cernuda se extienda por muchos matices y corrientes literarias que pueden ir del esteticismo a la poesía cívica, de los decorados sensuales a la rebeldía de una conciencia íntima, tan orgullosa de su diferencia como de su solidaridad.

Creo que la herencia más viva de Cernuda fue recogida por poetas como Francisco Brines y Jaime Gil de Biedma en el homenaje que le dedicó la revista La caña gris en 1962. Comprendiendo la nueva dinámica que surgía de composiciones como Un poeta futuro, advirtieron en el ejemplo de Cernuda la necesidad de objetivar la propia experiencia en el poema, de convertirla en una escritura meditada y capaz de provocar efectos de vida.

Esta objetivación sirve para ordenar en el texto las pasiones del autor y del lector y, al mismo tiempo, para ofrecer una alternativa ética a la realidad injusta del mundo. Como escribió en el poema Mozart de Desolación de la Quimera (1963): “Da esta música al mundo forma, orden, justicia, / nobleza y hermosura”. Y como afirmó en 1936, otro poema del mismo libro dedicado a un luchador republicano, la dignidad de la conciencia individual es imprescindible “como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana”. Son lecciones muy vivas de su poesía, ahora que uno de sus enemigos más poderosos, el capitalismo, extrema la destrucción de las conciencias individuales y de los espacios públicos. El futuro es hoy.

Cincuenta años después de su muerte, hay pocas dudas de que Luis Cernuda es uno de los nombres más grandes de la poesía en lengua española. En realidad, es una opinión que ya estableció Federico García Lorca en abril de 1936 con motivo de la primera edición de La realidad y el deseo, en el discurso que pronunció en un banquete-homenaje muy concurrido. A Cernuda no le calmaron esos elogios sinceros. Tampoco le calmarían hoy los nuestros, porque la fama de Juan Ramón, Salinas, Alberti y el propio García Lorca… Pero ese es otro cantar.

Los textos periodísticos

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Los textos periodísticos

Entre caballeros andantes y juglares

PIEDRA DE TOQUE. Martín de Riquer se movía por la Edad Media como por su casa y nadie que yo haya leído me ha hecho vivir tan de cerca y con tanta verdad lo que debió ser la vida en Occidente hace mil años

MARIO VARGAS LLOSA, publicado en El País el 6 de octubre de 2013
 
Traté apenas en persona a Martín de Riquer —que acaba de morir, poco antes de cumplir cien años—, pero lo leí mucho, sobre todo en mi juventud, cuando, entusiasmado por la lectura del Tirant lo Blanc, me volví devoto de los libros de caballerías. Descubrí la gran novela catalana en la maravillosa edición que hizo de ella Riquer en 1947 y en 1971, cuando vivía en Barcelona, le propuse hacer una edición de las cartas y carteles de desafío de Joanot Martorell (El combate imaginario), lo que me permitió visitarle. Recuerdo con gratitud esas dos tardes en su casa repleta de libros, su amabilidad, su sabiduría, su prodigiosa memoria y la desenvoltura con que se movía por una Europa de caballeros andantes, ermitaños, trovadores, magos y cruzados, mientras acariciaba su eterna pipa y le brillaban los ojitos de alegría con aquello que contaba. En el otoño de su vida dijo a un periodista que “nunca había trabajado, que no había hecho otra cosa que disfrutar”. No era una pose: su inmensa obra de historiador, de filólogo y de crítico por la que desfilan media docena de literaturas —la catalana, la castellana, la provenzal, la francesa, la portuguesa y la italiana— rezuman amor y entusiasmo contagiosos.
La erudición no es siempre garantía de cultura; a veces es una máscara del vacío o de la mera vanidad. Pero en Martín de Riquer, la prodigiosa información que sustenta sus estudios manifiesta su pasión por el conocimiento, no es nunca gratuita, alarde pretencioso; por el contrario, enriquece con detalles y precisiones la gestación y el contexto histórico y social de los textos, su genealogía, sus influencias, lo que es tópico y lo que es invención, la trama profunda que acerca, por ejemplo, las fantasías eróticas de un trovero ambulante y las heladas discusiones teologales en los concilios papales. Se movía por la vasta Edad Media como por su casa y opinaba con la misma versación sobre las novelas de Chrétien de Troyes, La Chanson de Roland, las leyendas artúricas, el Amadís de Gaula, los juglares y el Poema del Cid, que sobre heráldica, las armas, las armaduras, la gastronomía, las reglas del combate singular en los torneos y las distancias siderales que había a menudo entre lo que se creía, se decía, se escribía y se hacía en esa sociedad medieval que él tanto amaba.

El medievalista fue un intelectual sin fronteras desprovisto de fanatismo y de complejos

Había en Martín de Riquer algo de esos caballeros andantes que se lanzaban a los caminos en pos de aventuras, sobre los que escribió páginas tan hechiceras, aquellos que por ejemplo recorrieron media Europa para responder al desafío del bravucón leonés del Paso Honroso, o los —medio héroes, medio bandidos— que acompañaron a Roger de Flor a batirse en Grecia y liberar a Bulgaria de los turcos. Nadie que yo haya leído, ni siquiera el gran Huizinga de El otoño de la Edad Media, me ha hecho vivir tan de cerca y con tanta verdad como los ensayos de Martín de Riquer lo que debió ser la vida en Occidente hace ochocientos o mil años, esa sociedad donde la espiritualidad más refinada y la brutalidad más feroz se confundían y se pasaba del cielo al infierno o viceversa sin darse cuenta: de los salones cortesanos donde se inventaba el amor, a los helados monasterios donde se resucitaba a Platón y Aristóteles y se traducía a Homero, a los bosques plagados de forajidos, de santos, de peregrinos, de locos y leprosos, o a las plazas de las aldeas donde masas de analfabetos escuchaban, alucinados, las venturas y desventuras de las canciones de gestas. Para poder transmitir todo aquello con la elocuencia y el vigor con que lo hizo, Martín de Riquer debió al mismo tiempo vivirlo: dar y recibir los mandobles, ponerse y quitarse las pesadas armaduras, tocar la vihuela y componer endechas, enamorarse de doncellas imposibles como la princesa Carmesina, decapitar y ser decapitado innumerables veces.
Como un homenaje a su memoria, acabo de leer un pequeño librito suyo que no conocía, Cervantes en Barcelona (1989). Es una pura delicia. Comienza y termina con una pequeña descripción de la casa que lleva el número 2 del Paseo Colón de la Ciudad Condal en la que, según una persistente leyenda que Riquer conoció de niño de boca de su madre, habitó el autor de El Quijote en algún momento de su vida. El libro escudriña con lupa la vida de Cervantes y descarta o valida las diferentes tesis sobre su estancia en aquella ciudad, a la vez que describe con minucia todas las alusiones a Barcelona en las novelas cervantinas. Las páginas más seductoras son aquellas en las que contrasta el famoso bandolero catalán que aparece inmortalizado en El Quijote, Roque Guinart, con el personaje de carne y hueso que le sirvió de modelo. Esta comparación se enriquece con una animada descripción de las bandas de asaltantes que en el siglo XVII hacían de las suyas y volvían peligrosos los alrededores de Barcelona y todas las grandes ciudades españolas. Al final, queda probado que la única estancia posible de Cervantes en la ciudad fue en el verano de 1610 y que, si de veras llegó a habitar el tercer piso de la casa del Paseo Colón, tuvo desde ese balcón una vista inmejorable del Portal del Mar y la playa, el paisaje que describiría en Las dos doncellas, una de las novelas ejemplares.

 Era uno de los últimos de su especie: la de los humanistas de cultura múltiple y universal


El mejor crítico de Martorell fue al mismo tiempo uno de los más eminentes cervantistas; sus ediciones críticas del Tirant lo Blanc y del Quijote son un modelo de rigor y, al mismo tiempo, de una accesibilidad que pone ambas obras maestras al alcance de los lectores comunes y corrientes. También en esto Martín de Riquer fue un ejemplo de intelectual sin fronteras, un ciudadano del mundo, desprovisto de fanatismo y de complejos, que volcó su amor por la literatura, la historia, la lengua y la cultura sin otro interés que la búsqueda de la verdad, la exaltación de la belleza, la justa valoración de la obra de arte y de las ideas en función de valores universales y no de menudos intereses políticos de circunstancias. En los años setenta, cuando yo vivía en Barcelona, muchos no le habían perdonado que durante la Guerra Civil optara, espantado “por el asesinato de algunos amigos y por cierta afinidad con los ideales religiosos y de orden del otro lado”, según dijo, por los nacionales y combatiera en una formación requeté. Pero, para entonces, Riquer había abandonado aquellas ideas y optado por una línea democrática. De otro lado, en toda la vasta obra de él que ha llegado a mis manos, no recuerdo haber leído un solo texto de reivindicación del autoritarismo. Y, con motivo de los artículos necrológicos aparecidos en estos días, me ha alegrado saber que, en los violentos días que sucedieron a la Guerra Civil, se movilizó para salvar del fusilamiento a escritores y profesores republicanos.
Es interesante señalar que, al mismo tiempo que investigaba en archivos y bibliotecas preparando trabajos del más estricto nivel académico, Martín de Riquer no desdeñó escribir manuales o dirigir colecciones de clásicos dirigidos al gran público, como la historia universal de la literatura que emprendió con José María Valverde. Había detrás de estos empeños una convicción: la cultura no debía quedar confinada en los recintos universitarios y ser monopolio de clérigos; tenía que salir a la calle y llegar al mundo profano, como llegaban en tiempos remotos las hazañas caballerescas al gran público a través de los cómicos de la legua y los troveros ambulantes. El gran medievalista no era un hombre del pasado; vivía en el presente, y, cuando no estaba sumergido en polvorientos infolios, se distraía leyendo novelas policiales.
La muerte de Martín de Riquer me apena mucho porque personas tan valiosas deberían ser tan longevas como los patriarcas bíblicos; también porque, probablemente, él será uno de los últimos de su especie, quiero decir esa tradición de humanistas de cultura múltiple y de visión universal, a la que pertenecieron Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Octavio Paz y un Jorge Luis Borges. Ya no los habrá porque el conocimiento futuro estará sobre todo almacenado en el éter y cualquiera podrá acceder a él apretando los botones indicados. La memoria, el esfuerzo intelectual, serán prescindibles; o, mejor dicho, patrimonio exclusivo de las pantallas y los ordenadores. Gracias a estos artefactos, todos sabremos todo, lo que equivale a decir: nadie sabrá ya nada.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2013.
© Mario Vargas Llosa, 2013.

Un consejo


sábado

Mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, en muchos sitios pequeños consigue cambiar el mundo




Santiago Romero Ruiz (Diseñador gráfico en Noticias Cuatro)
 https://www.vizify.com/santiago-romero-ruiz


domingo

ARCO


Impresionistas y postimpresionistas


La Fundación Mapfre (Madrid) acoge una de las grandes exposiciones de la temporada: Impresionistas y postimpresionistas. El nacimiento del arte moderno, que presenta, a través de 78 grandes obras maestras del Musée d’Orsay, el desarrollo del final del impresionismo y del postimpresionismo.



WAPI YO


 Wapi yo de Lokua kanza en versión de ZAZ

sábado

LA ZAPATERA PRODIGIOSA



Lo prometido es deuda. Aquí tenéis el vídeo con las primeras escenas de La zapatera prodigiosa de Federico García Lorca, representadas por los alumnos de 1º de ESO-B el curso pasado (2010-2011). Como queda patente en las imágenes, le pusieron mucho arte, ilusión y empeño.

martes

El "Proyecto Puente" realizado en nuestro centro es "Buena práctica de Alfabetización Informacional"



 


El Proyecto Puente: de la Biblioteca Escolar a la Biblioteca Universitaria ha sido incluido en el apartado de Buenas prácticas de ALFARED. Alfared es un foro de apoyo e impulso de la alfabetización informacional, promovido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, a través de la Secretaría de Cultura.
La sección de Buenas prácticas recoge experiencias, programas, proyectos y actividades interesantes relacionadas con la formación y la alfabetización informacional. Los criterios de selección de buenas prácticas en Alfared se ajustan al modelo del programa MOST de la UNESCO, "Management of Social Transformations", según el cual, las buenas prácticas deben ser:
  • Innovadoras, desarrollan soluciones nuevas o creativas
  • Efectivas, demuestran un impacto positivo y tangible sobre la mejora.
  • Sostenibles, por sus exigencias sociales, esto es puede mantenerse en el tiempo y producir efectos duraderos.
  • Replicables, sirven como modelo para desarrollar iniciativas y actuaciones en otros lugares.
Para más información:

viernes

LAS REVISTAS DE LA EDAD DE PLATA

Consulta las revistas de la vanguardia española en la red: Edad de Plata

sábado

El libro de arena

No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.



Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.

Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.

El libro de arena

Jorge Luis Borges

lunes

Usos del se

En el siguiente enlace encontrarás unos ejercicios interactivos sobre el uso del SE. Espero que os sean de gran utilidad.
Para comprobar que habéis entrado en el enlace, poned vuestros comentarios sobre la página: grado de utilidad, calidad de los ejercicios, dudas, dificultades, etc.

Proyecto Puente: De la Biblioteca Escolar a la Biblioteca Universitaria: I.E.S. San Sebastián


Con el Taller de Habilidades Informacionales pretendemos reflexionar con el
alumnado sobre los problemas de la información en la sociedad actual y presentarles el uso de las tecnologías de la información como un medio de cultura, educación, ocio y otros muchos elementos relacionados con la incorporación de Internet a la vida cotidiana.

Es objetivo del taller transmitir contenidos a los alumnos de secundaria acerca de:

a) Estrategias de búsqueda de información.
b) Comunicación ética de la información (aspectos legales, plagio, cortar-pegar, veracidad, fuentes adecuadas, etc.).
c) La Biblioteca como recurso útil para el estudio y aprendizaje.

4. METODOLOGÍA Y CONTENIDOS BÁSICOS
.- Nuestro proyecto, que se sitúa en la antesala de las Jornadas de Puertas Abiertas, va dirigido preferentemente al primer curso de Bachillerato y constituye una experiencia piloto a realizar en uno o varios Institutos de Secundaria de Huelva, bien sea en la propia capital o en centros de secundaria de otras localidades de la provincia.

.- Entre los contenidos, trataremos:
TEMA 1.- Utilización de los catálogos de biblioteca a través de Internet


TEMA 2.- Comprender los registros del catálogo. La localización de un documento en los catálogos.


TEMA 3.- La búsqueda de información en Internet


TEMA 4.- La fiabilidad de la información en Internet


TEMA 5. Citar las fuentes de información. El uso ético de la información


TEMA 6. Introducción a los primeros trabajos de investigación.

El taller será impartido por dos bibliotecarios de la Universidad de Huelva:
Lourdes Moyar Godino
José Carlos Morillo Moreno