Luis García
Montero, El País, 4 de noviembre de 2013
Incómodo en su tiempo,
sintiéndose poco comprendido en su ética y su obra, Luis Cernuda necesitó
apoyarse en los poetas y los lectores del porvenir. La confesión de esta
necesidad sostiene una de sus composiciones decisivas, A un poeta futuro, escrita en Glasgow en 1941 y recogida en el
libro Como quien espera el alba (1947).
Lo importante del poema no reside en las quejas, el lamento sobre su falta de
encaje en una realidad hostil: “Disgusto a unos por frío y a otros por raro”.
Una sociedad represiva y homófoba, un carácter muy difícil y las rencillas
generacionales ayudan a situar la protesta continua de Cernuda, en la que se
mezclan con frecuencia su marcado anticapitalismo, su fragilidad sentimental y
una extrema susceptibilidad literaria.
Pero lo importante del poema
apunta en otra dirección: el proceso creativo que define su poética, sobre todo
a partir del exilio en la cultura anglosajona. Cernuda había escrito en su Himno a la tristeza que “viven y mueren
a solas los poetas”. De manera que ese poeta futuro para el que escribe en 1941
es también y ante todo su lector, la persona que puede entender y darle vida a
sus propios versos. En la creación aparece reconocida la figura del lector como
algo más que una ensoñación. No una estrategia barata y vanidosa para imaginar
en el futuro la gloria que niegan los contemporáneos, sino una presencia real a
la hora de la composición. El poeta piensa en su lector ideal, esbozo de su
propia conciencia, para darle objetividad a sus sentimientos. Cernuda confiesa
que busca la sombra de su alma “para aprender en ella a ordenar mi pasión /
según nueva medida”. Y borra en parte su propia identidad para hallarla luego,
“conforme a mi deseo, en tu memoria”. El hecho poético necesita, pues, tanto
del lector como del autor para realizarse. Hace falta borrarse un poco para
hacer habitable un espacio común.
Estas consideraciones, muy raras
en la poesía española de su tiempo, tienen consecuencias de peso en la obra de
Cernuda y en la evolución de nuestra lírica. Resumo los aspectos más
significativos de este terremoto. Primero: la poesía no es un ejercicio expresivo
de la interioridad de un autor, sometido solo a su propia sinceridad
inmaculada. Segundo: el poema es un espacio público, objetivo y su dimensión
depende de que sea habitado y vivido por el lector. Tercero: más que expresar
lo que se siente, trabajar un poema significa crear los efectos necesarios en
el texto para que el lector haga suya la experiencia. Cuarto: más que
espectáculos de ingenio y retórica, se vuelve fundamental en el taller la
capacidad de imaginar el lenguaje y la estructura que permiten la presencia
viva del lector. Estos son los principios de la elaboración, los esfuerzos para
acoplar formas y contenidos. Esta unidad lírica imprescindible no surge de una
verdad expresiva espontánea, sino de una escritura calculada y convertida en ética,
en imaginación moral.
La obra de Luis Cernuda,
recogida bajo el título de La realidad y
el deseo, es amplia y atravesó de manera personal los ciclos de su tiempo a
través de la poesía pura, el surrealismo, la invocación neorromántica y la
apuesta por un realismo más seco, según la calificación acertada de Jaime Gil
de Biedma. Es lógico que la presencia de Luis Cernuda se extienda por muchos
matices y corrientes literarias que pueden ir del esteticismo a la poesía
cívica, de los decorados sensuales a la rebeldía de una conciencia íntima, tan
orgullosa de su diferencia como de su solidaridad.
Creo que la herencia más viva de
Cernuda fue recogida por poetas como Francisco Brines y Jaime Gil de Biedma en
el homenaje que le dedicó la revista La
caña gris en 1962. Comprendiendo la nueva dinámica que surgía de composiciones
como Un poeta futuro, advirtieron en
el ejemplo de Cernuda la necesidad de objetivar la propia experiencia en el
poema, de convertirla en una escritura meditada y capaz de provocar efectos de
vida.
Esta objetivación sirve para
ordenar en el texto las pasiones del autor y del lector y, al mismo tiempo,
para ofrecer una alternativa ética a la realidad injusta del mundo. Como
escribió en el poema Mozart de Desolación
de la Quimera (1963): “Da esta música al mundo forma, orden, justicia, /
nobleza y hermosura”. Y como afirmó en 1936, otro poema del mismo libro
dedicado a un luchador republicano, la dignidad de la conciencia individual es
imprescindible “como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana”. Son
lecciones muy vivas de su poesía, ahora que uno de sus enemigos más poderosos,
el capitalismo, extrema la destrucción de las conciencias individuales y de los
espacios públicos. El futuro es hoy.
Cincuenta años después de su
muerte, hay pocas dudas de que Luis Cernuda es uno de los nombres más grandes
de la poesía en lengua española. En realidad, es una opinión que ya estableció
Federico García Lorca en abril de 1936 con motivo de la primera edición de La realidad y el deseo, en el discurso
que pronunció en un banquete-homenaje muy concurrido. A Cernuda no le calmaron
esos elogios sinceros. Tampoco le calmarían hoy los nuestros, porque la fama de
Juan Ramón, Salinas, Alberti y el propio García Lorca… Pero ese es otro cantar.
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