LOS CAMPOS ELÍSEOS NO ESTÁN EN PARÍS
Joaquín del Campo
No prato da balanza um verso basta
para pesar no outro a minha vida.
Eugénio de Andrade, Ofício de Paciência.
Llega Noviembre con el fulgor de las granadas que principia la luz. Sus hojas aún no han cubierto los cristales; el sol nos mira de frente, sin acordarse ya que hay que dar paso a los retazos de ternura que a veces -solo a veces- nos trae el invierno, y por la Calle de Fitero, trae Pablo las alas de la Poesía brotando de su mirada.
Los versos que se diluyen a lo largo de la Obra de Pablo García Baena, desde su Prehistoria:
Van cayendo las flores
en el agua del estanque tranquilo.
Blancas, rojas, violadas.
El estanque las guarda
en un fanal de muerte.
Una música vaga empuja desde el cielo.
En el agua termina su danza.
hasta las últimas sílabas que se derraman del Arca de lágrimas:
Señora que camináis al atardecer,
tras el cadáver rígido sobre el frío de la losa,
sobre la terca ceguera de los hombres marcados
como el rebaño con la señal del matadero,
Señora que volvéis los ojos en la fatiga de la compasión
-velan aún, confusos los tambores- ayúdanos, Altísima.
corren por mi sangre como si un río bañara con sus siete brazos mi alma cuando la noche es toda azul y en el día las palmas se estremecen.
El poeta oye una voz: inspiración, musa, caricia en el aire; y la persigue como fruta fresca que se deshace roja y dulce entre sus manos. Después el viento esparcirá las palabras en su fértil mirada, pues alguna música le vendrá como perdida a los labios en la exactitud de sus epítetos pleonásticos y enunciativos, en la versatilidad de sus metáforas grandiosas y en la pausa de los acentos cárdenos.
La lectura de su poesía me sorprende continuamente en el cambio de ritmo de pensamiento; donde nos ofrece desde el acorde de los tipos clásicos -fundamentalmente el yámbico anapéstico y el dactílico- hasta la cadenciosa cotidianeidad en la línea que se hace amable conversación. Los ojos viajan entre sus versos perfilados por las columnas monolíticas del Panteón de Agrippa, enmarcados en el sagrario de la Iglesia de San Carlo alle Quatro Fontane, en el concierto en Re Menor de Mozart o en un sorbo de vino amontillado.
Hay versos que nuestra memoria no quiere guardar solos pues van unidos siempre a quien los escribe y se acendran en nuestra carne como un puñal o un volcán de algas desoladas. De qué sirven las palabras en una página en blanco si un hombre no puede abrir su corazón y acercarse a la fuente donde poder anegarse.
Pablo busca pacientemente cada una de las palabras que necesita porque en ellas está su visión del Mundo. En el encuentro, Él las llama, las protege, las seduce, las moldea y ellas obedecen en una entrega apasionada. Entre búsqueda y asalto ordena sus libros, sus ciudades, sus Belenes, sus dibujos, sus tapices y sus recuerdos en el anaquel infinito de su destino.
Pablo es tradición, conocimiento, doctrina, costumbre y un cierto estilo de vida que le viene de muy atrás. Educado en la lectura, en la belleza y en pasar por el mundo con la sencillez exquisita de saber quién es. Pero ese muchacho que tanto ama a Junio es también entrega, misterio, luz; y bajo la dulce lámpara que le ilumina nos ofrece su vida interior. Un Mundo lleno de sueños, alegrías, heridas, secretos amargos y experiencias íntimas. Su obra es un mensaje lleno de humanísimo deseo; dejando siempre las puertas abiertas y la mirada hacia el cielo cuando la noche lanza sus últimos aullidos. Su poesía es un Diario íntimo, recogimiento, refugio, pero a la vez exposición pública en el altar de la vida de lo que ve pasar y le ha pasado; estableciendo un diálogo continuo consigo mismo, con el deseo, con la verdad, con la yedra en la tarde, el pájaro que canta o el amigo que se ausenta. Su poesía no habla de una vida ideal, sino de su vida concreta.
Pablo es feliz. Su patria es su infancia y el olor de las lilas del Huerto de Cobos. Su exilio el amor generoso, la herida cerrada, el esplendor de los cuerpos, la rama fiel y la verdad insaciable. Un nómada que se mantiene fiel a su territorio y que ha navegado en su desierto y en su horizonte. Un árbol dorado de inmensas hojas verdes que nos sorprende con la edad del corazón del muchacho que aún piensa en el rizo último.
Pablo rasga con sus palabras la niebla y nos adentra en la claridad de la vida, en ese bosque de altas copas que se escapan de lo arcano y se adentran en lo incierto. Él es un poeta de los sentidos. Un pintor que ama el rojo de Tiziano en las dagas de los sueños; los lirios pintados en los manantiales, la rosa de la bandeja que llama a la puerta , la cesta de frutas llenas de rocío , el ocre de la tarde que baña los campos de Córdoba y el azul de Giorgione vagando en las playas de Málaga.
Es tarde, 13 años nos separan de Las Puertas del Paraíso. Ahora he de irme, el viento escancia de salitre la terraza donde la buganvilla orea el malva de sus hojas, la ginebra fría se escapa en la madrugada, y mientras cae la noche leo -como tantas veces- el libro hermoso de tus días.
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